Ya sé que este es un blog de literatura, pero como la serie que voy a comentar está basada en un libro de Margaret Atwood, que leeré a no mucho tardar, creo que voy a hacer una excepción, por supuesto, este es un espacio de libertad, por lo que si no estás de acuerdo, puedes ponerte en contacto con nuestro departamento de reclamaciones. Dicho lo cual, y puesto que parece que nadie quiere reclamar, voy a comentar esta serie que ha estrenado ayer su segunda temporada. Una serie sorprendente en su factura y demoledora en su argumento.

Empecemos por un breve resumen del argumento, durante varios años se ha producido, en todo el mundo un descenso brutal de la tasa de fertilidad, apenas hay embarazos y la mayoría de los que se producen no llegan a buen término, las causas de esa crisis de natalidad no están claras, aunque en cierto momento se insinúa que puede ser la contaminación. Tras una serie de atentados que acabaron con la vida del Presidente de Estados Unidos y los miembros del Congreso, se proclama la llamada república de Gilead, una sistema teocrático basado en un interpretación literal y rigorista del Antiguo Testamento, que priva a las mujeres de todos sus derechos limitando su papel social a tres ocupaciones, esposa, sirvienta y criada. Estas últimas, las criadas, son la piedra angular de la República, ya que es la solución que han encontrado para la crisis de natalidad, que obviamente era un castigo divino, son las mujeres fértiles que tras ser esclavizadas, marcadas como ganado, y adiestradas, son entregadas a los dirigentes de la república (y sus esposas estériles) para que engendren los hijos del matrimonio, tras lo cual son enviadas con otra familia. La protagonista, Defred, llamada así porque está asignada a la familia del comandante Fred Waterford, su verdadero nombre es June, es una de esas sirvientas, que trata de sobrevivir en esa sociedad totalitaria y distópica, donde cualquiera puede ser un espía, y donde ocupa el escalón más bajo de la sociedad (formal) mientras trata de localizar a la hija que la arrebataron.
Porque como en toda sociedad distópica la hipocresía es parte fundamental del statu quo, los comandantes, los dirigentes de la república teocrática, no tienen inconveniente en visitar burdeles donde obligan a «trabajar» a mujeres que, por ejemplo, no han sido capaces de adaptarse al rol de sirvientas, y saltarse las normas morales que imponen a los demás. Tampoco podría faltar una policía secreta, los ojos, dedicada a localizar a los enemigos del Estado, y que, como es natural, dedica un importante esfuerzo a espiar a quienes ocupan los puestos más altos en el organigrama, donde una «desviación» podría ser mucho más dañina.
Respecto a la factura, está innegablemente cuidada, desarrollada con mimo, la oscuridad y aislamiento que trasluce la habitación de Defred, la protagonista, en comparación con el resto de los cuartos de la casa, más opresivos aún, la crudeza, frialdad y desolación de los exteriores, que parecen estancados en un invierno permanente, un invierno desolado, sin nieve, simplemente oscuro y plomizo, dejando claro que no hay lugar para la esperanza, que no puedes esperar que vaya a a llegar a su fin.
La escenificación de los rituales también está exquisitamente planteada, las reuniones de las sirvientas, las ceremonias en las que están obligadas a participar, etc. logran dotar al relato de un fuerza que resulta increíblemente perturbadora presentando una sociedad en la que todo está determinado al milímetro, donde la individualidad es el mayor de los pecados.
Mención aparte merecen las interpretaciones, tanto Joseph Fiennes como Fred Waterford, como Yvone Strahovsky que interpreta a su esposa, están soberbios, lo mismo que Madeline Brewer (Janine, una criada un tanto perturbada) o Ann Dowd (Tía Lydia, encargada de adiestrar y «guiar» a las criadas) pero desde luego Elisabeth Moss se sale completamente, la capacidad para sostener larguísimos primeros planos, expresando auténticos terremotos de emociones sin una sola palabra, una de las mejores interpretaciones que he visto en mucho tiempo.
En resumen es una serie que deberías ver, no la vas a disfrutar, en el sentido estricto del término, pero te dejará marca. A este respecto quiero hacer dos apreciaciones que pueden parecer menores, en un momento dado una enviada extranjera tiene que dar su punto de vista sobre la existencia de las criadas, sabiendo que son, a todos los efectos, esclavas, y en lugar de condenar semejante aberración, que sería lo que cualquiera esperaría en esa situación, se limita a señalar, con el debido tono lacrimógeno, que en su ciudad no ha nacido ni un solo bebé en varios años, con lo que no sólo justifica que en Gilead se aplique la servidumbre, sino que anuncia que va a pedirles que le vendan a su gobierno varias criadas a cambio de los suministros que necesitan, es decir, ante la necesidad no se plantea convertir a aquellos que pueden solucionarlo en seres a cuidar, mimar y proteger, seres casi sagrados, sino que aboga por esclavizarlas para que el beneficio sea «para la sociedad». Y segundo, cuando se impuso la República de Gilead y comenzaron a eliminar los derechos y la libertad de las mujeres lo primero que hicieron fue prohibirlas leer. Creo que no hace falta que agregue nada más.
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